Los pecados capitales de la Nueva Mayoría

A estas alturas hasta el más indulgente oficialista reconoce que la Nueva Mayoría enfrenta horas complejas. Las cosas no marchan bien en La Moneda, se ha complicado el curso político de la agenda de reformas y la popularidad presidencial parece entrar en una fase terminal. Para colmo, se ha iniciado un proceso de involución programática, que recortará el alcance y profundidad de una agenda de cambios ya bastante menguada. Los conflictos sociales no amainan y el descredito de los parlamentarios se agudiza de forma sistemática, en buena parte por obra de su propio cretinismo y arrogancia. No es extraño que la opinión pública esté más desconfiada que nunca, ya que siente que ha sido defraudada por el incumplimiento de las grandes promesas de la campaña presidencial.

Más que quedarse en la denuncia, parece importante identificar las causas de esta catástrofe política, para evitar que su agravamiento nos arrastre a todos al abismo. Desde tiempos inmemoriales distintas sociedades han elaborado listas de vicios, pecados, errores, sombras o faltas recurrentes para examinar la conducta, identificar los fallos y así enmendar el rumbo en el futuro. Por ejemplo, Aristóteles opone una serie de virtudes y vicios en su Ética a Nicómaco, y los Aymaras sintetizan su moral en tres ideas fuerza: Ama sulla, ama qulla, ama yuya: “No robar, no mentir, no flojear”. En la tradición cristiana se hizo célebre un famoso listado de los siete pecados capitales, que Dante usó para ilustrar el infierno en La Divina Comedia: “soberbia, avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia e ira”.  Asumiendo ese listado vamos a revisar la ruta de la Nueva Mayoría, tratando de identificar lo que ha ido mal en catorce meses de gobierno, que partieron en medio de gran esperanza popular y que hoy aparece sumida en un infernal laberinto.

Soberbia: sin duda, el principal pecado de la Nueva Mayoría. No se trata de catalogar como arrogancia haber planteado un programa necesario, mínimo, y que al menos en apariencia buscaba cambios urgentes: Nueva Constitución, reformas educacional, laboral y tributaria. El problema es haber pensado que este proyecto complejo se podía hacer sin apoyarse, o incluso yendo en contra de los movimientos sociales. Así terminamos con una reforma universitaria enfrentada a los universitarios, una carrera docente rechazada por los profesores, una reforma laboral a la que se oponen los sindicatos, y una reforma tributaria que recauda menos de lo esperado, y que no tocó a las grandes fortunas que utilizan el FUT como mecanismo para evadir sus obligaciones. Pero la verdadera soberbia se nota a la hora de escuchar al gobierno hablar de la ciudadanía movilizada. Si la derecha patentó la noción de los “inútiles subversivos”, ahora Mahmud Aleuy nos ha comunicado que el 30% de quienes acuden a una manifestación son delincuentes. Si la mayoría de las marchas de la Confech reúnen a 100 mil personas, tenemos según sus cálculos  a treinta mil delincuentes marchando cada jueves por la Alameda. La voz de la sociedad civil es reducida una y otra vez a una “masa amorfa”, para usar la famosa frase el DC Genaro Arriagada. Por eso no sorprende que el “Proceso Constituyente” se haya ido reduciendo poco a poco, hasta quedar limitado, en palabras de la presidenta Bachelet, a “conversaciones con las juntas de vecinos y clubes del adulto mayor[1]”. Una conversación “incidente”, para que quede en acta. Tal como ocurre hoy con el cumplimiento formal de la ley 20500, que constituyó los “consejos de participación ciudadana”, que sirven para escuchar las preciosas cuentas públicas de los ministerios y servicios públicos, que narran a un grupo de organizaciones las maravillas de su gestión y luego las envían a descansar hasta el año que viene. La pequeña División de Organizaciones Sociales pelea por hacer un poco más, pero aparece minimizada, sin visibilidad ni presupuesto, abandonada a la tarea de repartir afiches y las miserias del escuálido Fondo de desarrollo de la Sociedad Civil.

Avaricia: ¿Cómo entender que la Nueva Mayoría haya terminado comiendo de la mano del  Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet? ¿O los truculentos negocios especulativos de la nuera de la presidenta, con un grupo de militantes de la UDI y ex colaboradores de la DINA ? ¿O las “donaciones” de CORPESCA? ¿O cómo interpretar que tantos parlamentarios de la Nueva Mayoría hayan rechazado rebajar su dieta, teniendo en cuenta que los diputados chilenos son los mejor pagados en los países de la OCDE, y sus sueldos superan en  12 veces el PIB per cápita y 40 veces el ingreso mínimo? Esto se llama avaricia, ese deseo excesivo por la búsqueda de riquezas y estatus que atrapa la voluntad humana y apaga su capacidad de compasión, empatía y prudencia. Las pistas que van entregando por etapas Giorgio Martelli y Michel Jorratt apuntan a una verdadera montaña de boletas y facturas que no se podrán justificar bajo la lógica perversa de financiar la competencia electoral. Los montos y las formas de recaudación apuntan a algo que va mucho más allá. El dinero no se gastó solamente en palomas, avisos radiales o afiches. En parte se fue a bolsillos particulares, y si el gasto electoral ya es un asunto irracional, que además sea ocasión de lucro privado parece absolutamente inadmisible. Seguramente el proceso judicial del exministro Rodrigo Peñailillo va a mostrar algunas de las facetas menos conocidas de las elecciones, y de la insaciable avaricia del ser humano.

Gula: en la vida cotidiana la glotonería es la sutil diferencia entre disfrutar la buena mesa y la voracidad sin sentido, de quién come sin medida y sin reparar en las consecuencias de su avidez. Así, la gula política es la incapacidad de controlar el hambre de poder. La distinción entre avaricia y gula es sutil. En este caso no siempre hay dinero de por medio. Lo que impera es la vanidad, el ego, el deseo de figuración, y sobre todo el apetito desmedido de poderío. Es lo que se da en estos días en Iquique, con la disputa despiadada e impúdica por el cupo senatorial entre Fulvio Rossi y Hugo Gutiérrez. Pero, a menor escala, la gula política atraviesa a la Nueva Mayoría de forma creciente, afectada por formas de cainismo similares. Como la soterrada guerra de posiciones del grupo Balmaceda Arte Joven, que terminó desbancando a la ex ministra de cultura Claudia Barattini.

Lujuria: Esta pecado tiene que ver con la infidelidad en el amor. Se supone que la Nueva Mayoría contrajo en la etapa electoral un pacto de convivencia con algunos actores sociales. Por ejemplo, con la CUT, con el movimiento estudiantil en un amplio sentido, y con la gran “mayoría” en oposición a los “poderosos de siempre”. Pero a un año y medio de distancia este enlace se ha hecho incestuoso porque el gobierno en reiteradas ocasiones ha sido adúltero a sus amores oficiales. La CUT a estas alturas aparece como esa chica cornuda que no se entera, o no se quiere enterar, que su novio le pone los cuernos con la CPC a cada rato, y cada vez más ostentosamente. La reforma laboral, que se suponía debía emparejar la cancha entre trabajadores y empresarios, se está convirtiendo en una pista de Sky, con los dueños de Chile en la cumbre y los trabajadores en el valle mirando la competencia. Lo único que está claro es que tanta lascivia política se termina pagando caro, especialmente cuando la pareja traicionada recupera un poco de dignidad y decide cortar con los abusadores y los fornicarios.

Pereza: Es la negligencia y el descuido en cumplir con el deber. Esta desgana en hacer lo que se debe se ha hecho patética. Por ejemplo, en la desidia para cumplir con el proyecto que despenaliza el aborto en tres causales. O las declaraciones de Osvaldo Andrade acerca de que “no hay suficientes condiciones políticas para reformar de manera estructural las AFP”. Se supone que si no hay condiciones, hay que crearlas, para eso se les paga abundantemente, se les ha dado un mandato, se les ha confiado una misión institucional. Pero la pereza muchas veces es  interesada. Se mezcla con la avaricia, la gula y la soberbia y se transforma en desgana calculada. Tal vez la mayor pereza de la Nueva Mayoría se ha notado en el tema Constitucional. Haber prometido una Nueva Constitución y haber postergado esta tarea hasta septiembre de 2015 es de una pereza imperdonable. Especialmente si se entiende que el mayor recurso de un gobierno es el factor tiempo. En un mandato de cuatro años, perder la mitad para alcanzar una meta tan compleja es de una desgana y apatía sospechosas. La pereza es lo contrario al ocio creativo, que sirve para salir de la cotidianeidad y pensar mundos nuevos. Es un tiempo muerto, desperdiciado, del que no nace nada más que la negación, el miedo, la represión de la imaginación y la creatividad. Es algo así como un discurso de Ignacio Walker, celebrando en cámara lenta cada retraso y cada postergación del programa presidencial.

Envidia: La RAE la define como “tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee”. Y el psicoanálisis ha explorado este sentimiento, ligándolo a los celos, los afanes posesivos, y con las pulsiones agresivas y masoquistas. En el fondo el psicoanálisis nos explica la envidia en relación a la dificultad para realizar una autocrítica, para ceder en las propias posiciones, para reconocer un error evidente, porque ello implica ceder ante un adversario al que se teme y se admira a la vez. ¿Por qué se ha tardado tanto en retrotraer la discusión sobre la carrera docente, reconociendo que está mal formulada y no tiene la menor legitimidad entre sus directos destinatarios? Creo se trata de esta envidia freudiana, ligada a complejos de inferioridad que impiden dar vuelta la página y reconocer que hay que empezar de nuevo la discusión. Lo mismo ocurre en muchísimas leyes, mal formuladas, y peor comunicadas, que aunque todos los actores especializados rechazan, permanecen en el congreso por la tozudez de una envidiosa autoridad que no está dispuesta a otorgar un triunfo a quienes consideran como un adversario. Sólo para recordar un par de botones de muestra: la Nueva Ley de Glaciares, y la ley que crea el Servicio Nacional de Biodiversidad y Áreas Protegidas.

Ira: Para algunas escuelas psicológicas se la debe vincular a una sobrerreacción ante lo que se percibe como amenaza. Si bien es cierto que existen efectos dañinos cuando se la reprime totalmente, la ira descontrolada es peligrosa, sobre todo si el iracundo es alguien que tiene poder y autoridad, y puede canalizar esta pasión de forma despótica. Para Freud este sentimiento se relaciona con una necesidad afectiva no satisfecha o frustrada, como un amor no correspondido, que se transforma en venganza. Algo de ello es lo que empieza a trasuntar la Nueva Mayoría, en la medida en que el desamor social gatilla prácticas psicosomáticas autodestructivas, y estallidos de furia gubernamental. El senador Alejandro Navarro ya recibió una muestra de esa ira al ser censurado por sus pares luego de publicar una lista con los legisladores que recibieron aportes reservados, exigiendo que se transparentara quién de ellos recibió financiamiento de empresas pesqueras. O la rabia desbocada del canciller Heraldo Muñoz o del diputado Jorge Tarud cada vez que Bolivia hace alguna referencia a su demanda marítima. Pero si bien hay que cuidarse de las iras de los gobiernos, más fuertes aún son las iras populares. Un sentimiento que no parece estar lejano, tal como van las cosas. Mejor sería que la Nueva Mayoría asumiera cuanto antes la necesidad de pasar por el psicoanalista para  revisar las raíces de sus impotencias y la naturaleza profunda de sus afecciones. Nunca es tarde para reconocer y enmendar los pecados capitales.

[1] Radio Universo. 14/07/2015 “Michelle Bachelet en La Hora del Taco”.

El mensaje de los campeones

Decía Eduardo Galeano: «¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales». Desconfianza justificada, especialmente si el “show” deportivo sirve para tapar problemas políticos y demandas sociales. Y Galeano observaba: «El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue[1]«.

Mudos testigos de un espectáculo ajeno, los chilenos nos hemos sentido campeones mientras Higuaín la mandaba a las nubes, Claudio Bravo atajaba a Banega y Alexis Sánchez, la clavaba lentamente, dejando el marcador en un impensable 4-1.¡Cómo no gozar, aunque sea por un momento, y salir a la calle vestido de payaso tricolor, enarbolando una banderita y una corneta! Gabriel García Márquez decía que “una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo[2]”.

Pasada la algarabía cabe detenerse en estos sucesos con un poco más de cordura. ¿Habrá algún mensaje que extraer de esta Copa América? Chile pareció salir de su encierro mental y geográfico, al menos por unos días. Vimos en nuestras calles mucha gente entusiasta de todo el continente. Argentinos, peruanos, colombianos, venezolanos, ecuatorianos, bolivianos, brasileños…por unas semanas nos percibimos parte de esta Patria Grande a la que permanentemente le damos la espalda y le cerramos el corazón. ¿Cómo sería tener esa experiencia en otros ámbitos, y más cotidianamente, con todo el continente pasando por nuestra puerta para construir un futuro compartido?

Otro suceso inesperado es que gracias a una campaña inteligente los himnos de nuestros países hermanos nunca fueron pifiados. Se pudo compaginar la competitividad deportiva y la amabilidad del anfitrión. Y el Estado demostró que podía llegar a la fecha con sus enormes inversiones en infraestructura. Ojalá en salud, educación, vivienda y tantas otras áreas sociales cumpliera con tanto rigor y calidad como lo ha hecho con los nuevos estadios y entornos deportivos.

Chile jugó de una forma que entusiasmó. No todos los seleccionados estuvieron en su mejor momento, no siempre fueron buenos muchachos, pero vista en su conjunto, la estrategia de Sampaoli se mostró alegre, compenetrada, activa sin ser agresiva, y apasionada sin perder el control. En una palabra, mostraron creatividad en su juego. Como alguna vez dijo Jorge Valdano “El fútbol creativo es de izquierdas y el fútbol meramente de fuerza, marrullería y patadón es de derechas”. Ojalá nunca vuelva la derecha a apoderarse de esta selección.

Tal vez el mensaje más claro que debamos retener nos lo dejó Jean Beausejour, al calor de la celebración: «Uno recién ahora dimensiona lo que pasa. Hace unos días me llamó un profesor de cadetes que me dijo: «Ojalá que en el estadio en que tanta gente sufrió y se torturó puedan tener una alegría” …Pensamos en eso y muchos rezamos pensando en esas personas. En un lugar donde hubo tanta tristeza y muerte, hoy le dimos una alegría a Chile». Al poco rato, luego de la visita a La Moneda, el gran afro-mapuche comentaba: «Sería importante que además de felicitarnos la presidenta escuche las demandas de profesores, estudiantes y portuarios». La conciencia de las luchas de ayer y la claridad de la demandas del hoy, tal como las siente, sin matices ni complicaciones. Beausejour tiene esa extraña capacidad de encontrar en el “futbol espectáculo” la grieta perfecta que le permite meter los mejores goles comunicacionales, que dejan inerme a la mejor y más elaborada mercancía de consumo masivo que ha producido el sistema capitalista.

Basta revisar la última Adimark para notar que el volante izquierdo tiene mucha razón: la presidenta cae al 27% de aprobación mientras la derecha se desploma al 13%. El 60% desaprueba la reforma educacional y el 68% apoya las demandas estudiantiles. Hablar de encuestas es hablar de “modulación” de la opinión pública. Ninguna es neutra,  ecuánime, ni mucho menos imparcial. Pero las cifras algo nos dicen cuando se leen con ponderación y cuidado.

Beausejour, tribuno del pueblo, puede hablar en momentos inesperados y llegar a las audiencias más lejanas, gracias a una de las contradicciones propias del capitalismo cultural. El futbol espectáculo, comprado hasta la médula, con la mitad de la FIFA envuelta en la hiper-corrupción, necesita renovar permanentemente sus protagonistas. Requiere a cada instante sangre fresca que golpee la pelota, no importando de donde venga, lo que piense, o a que dios se adore. De allí que en los estadios reluzcan los invisibilizados de toda la vida. El rostro nortino de Alexis, la actitud de Eduardo Vargas, el muchacho de Renca, el descaro provocador del hualpenino Gonzalo Jara, o la voz sin disimulo de Gary Medel, el Pitbull de Conchalí. Allí se producen las grietas por las que se cuelan los mensajes de la subversión futbolera. De tarde en tarde escuchamos a los que nunca aparecen en los grandes medios ni en la televisión. Por los intersticios que abre este deporte se cuelan las representaciones más auténticas de nuestra identidad.

Es cierto que el fútbol es el nuevo opio del pueblo. Pero al menos es el opio de todo el pueblo. Las encuestas muestran que el interés por el futbol no reconoce clases sociales, profesión, procedencia o ideología. Estar frente al televisor, esperando que la roja marque un punto es una de las pocas experiencias compartidas que todavía podemos vivir. Todo el resto del tiempo somos radicalmente distintos, desiguales y fragmentados. La única igualdad que nos queda es la gritar y abrazarnos, por un instante, al escuchar  la palabra ¡Gol!

[1] Eduardo Galeano, El Futbol a sol y sombra, Siglo XXI, 1995.

[2] Gabriel García Márquez, “El Juramento’, en El Comercio, Lima, 1950.

La propiedad ¿derecho sagrado o terrible derecho?

Le Monde diplomatique, julio de 2015

«…el derecho de propiedad (derecho terrible y quizá no necesario…) [1]»

 La preparación del Proceso Constituyente que comenzará en Septiembre ha abierto debates inusitados sobre el contenido de la Nueva Constitución y los derechos que debería garantizar. El campo empresarial ha mostrado inquietud respecto al derecho de propiedad, y sus posibles modificaciones. En el último evento de ICARE el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés salió al paso de estas aprehensiones afirmando: «No concibo una economía moderna, de mercado, sin derechos de propiedad claros, estables. Es algo sustancial a lo que es una economía moderna». Y el ministro del interior Jorge Burgos complementó estas aseveraciones asegurando: “Tengo la certeza que el pueblo de Chile, convocado a deliberar, no despreciará los beneficios de un sistema que protege la propiedad privada y defenderá nuestro régimen de libertades”.

¿Por qué entonces estas inquietudes respecto al problema de la constitucionalización de la propiedad privada? No han sido los partidos políticos ni la sociedad civil los que han instalado esta discusión. Como observa Fernando Atria «no es nada inocente» que el derecho a propiedad se ponga en debate en este momento: «Pienso que salió ahora, desde quienes se oponen a la nueva Constitución como estrategia para torpedearla. Para crear el fantasma de que esto es volver a todos los males. La expresión trastorna. Hace recordar la reforma agraria, los cordones industriales[2]«.  Sin embargo, ya que el debate se ha instalado, sería relevante revisar la forma como el derecho de propiedad se garantiza en la actual Constitución, y analizar esta configuración de acuerdo a criterios de justicia que tengan una pretensión de legitimidad de cara a la ciudadanía.

La centralidad de la propiedad en la Constitución de 1980 es evidente. Como señala Juan Carlos Ferrada: “La propiedad se erige en nuestro derecho en un verdadero supraderecho, que protege fuertemente el patrimonio particular, garantizando con ello su auténtica libertad. Esto ha llevado a afirmar a algunas personas públicamente que la propiedad privada es sagrada en nuestro derecho, encontrando en la Constitución el fundamento de dicha sacralidad[3]”. Esta “sacralidad” contrasta con la noción de propiedad que se garantiza en la mayoría de los ordenamientos constitucionales el mundo. La Constitución chilena bebe de definición individualista y exclusivista de propiedad, que minimiza su “función social”, una noción que aparece sólidamente arraigada en la teoría constitucional europea a partir de León Duguit  y que ha relativiza los intereses individuales en el campo de la propiedad.

A esta “función social” se remite el Papa Francisco cuando afirma en su reciente Encíclica Laudato Si que “el principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social». La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada[4]”.

La institucionalización de la «función social de la propiedad» permitió a los Estados garantizar el interés público para impedir que el capital monopolista acabara con la competencia y concentrara la propiedad. De esa manera el «Estado de interés público» representó el triunfo de la sociedad sobre el «Estado de interés privado»[5]. Sin embargo, la interpretación minimalista de la «función social de la propiedad», tal como se desarrolla en la actual Constitución, ha tendido a minimizar los alcances de su aplicación, al sostener que la regulación estatal es suficiente a la hora de garantizar el acceso a servicios y bienes públicos.

En contraste la Constitución de 1925 (reformada en 1967), definía el derecho de propiedad de una forma que garantizaba ampliamente esta “función social” en el art 10 nº º10: “La ley establecerá el modo de adquirir la propiedad, de usar, gozar y disponer de ella y las limitaciones y obligaciones que permitan asegurar su función social y hacerla accesible a todos. La función social de la propiedad comprende cuanto exijan los intereses generales del Estado, la utilidad y salubridad públicas, el mejor aprovechamiento de las fuentes y energías productivas en el servicio de la colectividad y la elevación de las condiciones de vida del común de los habitantes[6]”.

Este concepto cambió radicalmente con la Constitución de 1980, ya que la Comisión Ortuzar, redactora del texto, adhirió a una teoría política en donde los sujetos no le deben nada a la sociedad, pero están plenamente facultados para poseer ilimitadamente a título individual. De acuerdo a esta visión la obligación política se basa finalmente en relaciones mercantiles. Crawford Macpherson denominó a este planteamiento “la teoría política del individualismo propietario[7]” y lo sintetizó en siete proposiciones[8]:

  1. Lo que hace propiamente humano a un hombre es la libertad frente a la dependencia de la voluntad de los demás.
  2. La libertad de la dependencia de otros significa libertad frente a cualquier relación con los demás, excepto aquellas en las cuales el individuo entra voluntariamente, considerando sus propios intereses.

III. El individuo es esencialmente el propietario de su propia persona y capacidades, por lo que no debe nada a la sociedad

  1. Aunque el individuo no puede enajenar el conjunto de su propiedad sobre su propia persona, puede enajenar su capacidad para trabajar.
  2. La sociedad humana consiste en una serie de relaciones de mercado.
  3. Ya que la libertad frente a la voluntad de los demás es lo que hace humano al hombre, cada libertad individual puede ser limitada en derecho sólo por las reglas y obligaciones necesarias para asegurar esa misma libertad para los demás.

VII. La sociedad política es una invención (o artificio) humana para la protección de la propiedad de la propia persona y bienes (por tanto) para la mantención de relaciones ordenadas, de los individuos considerados como propietarios de sí mismos.

En este esquema Macpherson identifica la proposición III como una tesis central, por la cual los individuos establecen, con su persona y sus capacidades, una relación de propiedad y control exclusivo, de forma que «la visión tradicional, según la cual la propiedad y el trabajo son funciones sociales, y la idea de la propiedad que envuelve obligaciones sociales, resultan así socavadas»[9]. La proposición IV complementa el punto III al sostener que el individuo sólo es propiamente humano en cuanto propietario. Punto que se conjuga con el enunciado V, que define la sociedad como un mercado basado en relaciones entre propietarios. Por ello la proposición V se debe interpretar «como el supuesto social o incluso único» de todo el andamiaje conceptual del individualismo propietario[10].

La sociedad posesiva de mercado que describe Macpherson opera como un sistema de poder en favor de los propietarios y en contra de la mayoría, por lo que presenta una «aporía democrática». Se trata de una anomalía que impregna toda la configuración de la teoría liberal de la propiedad, que se desarrolla desde Locke en adelante. No importa si se trata de la propiedad estatal o la propiedad privada. En ambos casos prima una definición individualista, en la cual la propiedad es una capacidad del propietario, ya se institucional o individual, que está dotado de un grado de poder omnímodo sobre el objeto poseído. El propietario posee todas las competencias para tomar decisiones sobre un bien o un objeto determinado. La esfera del propietario está totalmente ahora disociada de la esfera del objeto poseído. El poseedor, que desea satisfacer una necesidad o un deseo por medio del objeto en propiedad, presupone una total separación entre él y el objeto. Por lo cual asume que puede mercantilizarlo de forma incondicionada.

Macpherson precisa que el sistema posesivo la libertad de los desposeídos sólo existe en un sentido formal, mientras la libertad de los propietarios es considerada un principio absoluto. La Constitución de 1980 ha hecho sistema de cada uno de estos principios. De allí que una Nueva Constitución debería intentar arrancar a la propiedad privada su carácter privativo, y situarla nuevamente bajo la primacía de su utilidad social, mediante la constitucionalización del acceso a los «bienes de la vida[11]» entendidos como derechos fundamentales de una sociedad que reconoce la primacía de  “ciudadanía social” por sobre el individualismo propietario.

 

[1] César Beccaria,  Dei dilitti e delle Pene, 1764. Citado por Stefano Rodotà, (1986): El terrible derecho. Estudios sobre la propiedad privada, prólogo y traducción de Luis Diez-Picazo, Civitas, Madrid.

[2] El Mercurio, 21 de junio 2015.

[3] Juan Carlos Ferrada. (2015) “El derecho de propiedad privada en la Constitución política de 1980”, en La Constitución chilena, LOM Santiago, p. 161.

[4] Laudato Si nº 93

[5] Charles A. Reich (1964), “The New Property”. The Yale Law Journal, Vol. 73, No. 5, pp. 733-787.

[6] Ley-16615, 20-Ene-1967

[7] Crawford Macpherson (2005), La teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke, Trotta, Madrid.

[8] Macpherson, op cit, pp. 257-258.

[9] Macpherson,  op cit. p. 257

[10] Macpherson, op. cit. p. 258

[11] Stefano Rodotá (2013): «Verso i beni comuni», en  Economics and the Common(s) Conference: from Seed form to Core Paradigm. Exploring New Ideas, Practices and Alliances, Heinrich-Böll-Stiftung, Commons Strategies Group, Berlín,  p. 5.